Esta vez escribo para compartir con vosotros sobre los límites hacia un mismo, hacia aquellos de quien somos responsables y queremos (como padres o personas de referencia) y hacia los otros, entendidos estos últimos como personas elegidas a formar parte de nuestro entorno más próximo. En los tres casos tendremos como elemento principal el amor, un filtro que, por exceso o por defecto, a menudo nos puede hacer tambalear la expresión del límite (entendido como umbral o frontera) que realmente creemos que es conveniente, dada la situación con los elementos y las personas que la forman.
El escrito de este mes es fruto de mi experiencia personal como pareja, madre, hija, amiga y también como persona presente habitualmente en la vida de un pre-adolescente y un adolescente que quiero mucho y gracias a los que cada día aprendo cosas nuevas sobre la vida y sobre mí respecto la misma.
Cuando el amor es el eje sobre el que crecer, relacionarnos y expresarnos, el intercambio resulta suave, auténtico, seguro, tierno… en definitiva, sensaciones todas ellas que nos resultan agradables. Aun así este mismo sentimiento puede hacer de filtro o freno y, aquí comparto mi vivencia, puede generarnos malestar por no hacer aquello que realmente creemos conveniente por miedo a herir al otro, a perder parte de su aprecio, a dar más importancia a lo que el otro quiere, solicita o pide por detrimento de la propia necesidad o convicción real de lo que puede ser más saludable para el crecimiento del niño, el pre-adolescente, el adolescente o para la construcción de unos cimientos sólidos en el caso de la pareja. A menudo, cuando expresamos el límite con amor (asociado este último para mí a la ternura y también a una actitud serena y firme) el receptor tiene la posibilidad de no sentirse agredido, de no activar las alertas internas y puede estar más receptivo a entender la limitación que le expresamos. La frontera de hasta donde sí y hasta donde no puede haber más terreno que ocupar o coger resulta más fácil de aceptar, aquí tenemos una oportunidad de crecimiento para aprender a transitar la frustración que nos produce a todos no obtener aquello que queremos y en el caso de la primera infancia no obtenerlo ya, en el mismo momento en que el niño hace la solicitud.
Otro punto que puede resultar difícil de gestionar es validar el espacio de la propia familia (familia destino diré) respecto a la familia origen (mis padres y hermanos y el mismo en el sistema de la pareja). Aquí nos podemos perder a menudo como hijos olvidándonos algunas veces que ya somos padres, pareja o las dos cosas a la vez. Por amor y fidelidad a los orígenes nos puede resultar dificultoso actualizarnos, mantenernos al presente y sus circunstancias, aquí nos puede pasar que, aquello que resulta sano para nosotros no sea lo deseado por alguno de los otros dos sistemas orígenes, es en este momento en que surge la dificultad de poner límites a nuestros sistemas orígenes.
Poner límites a las personas que queremos resulta difícil, y más cuando nos olvidamos de nosotros y de lo que sentimos. Cuando no pongo un límite con la intención que aquella persona que quiero no se hiera, olvidándome de mí y mis creencias, puedo acabar dándome cuenta que ¡la agredida soy yo, y el agresor yo misma!
Por lo tanto, no podemos olvidar que poner límites puede tener unas consecuencias (discusiones, morros, pérdida de la “cuota” de amor,…) y no ponerlos puede tener otras (sentimientos de tristeza o de rabia hacia nosotros mismos, pérdida del rol familiar correspondiente,…).Cómo hemos comentado otras veces, nos tenemos que responsabilizar de lo que hacemos y de lo que no hacemos. Tanto si ponemos los límites, como si no lo hacemos, seremos responsables de la situación resultante.
En última instancia, me gustaría hablaros de los límites en los niños, en la primera infancia (etapa de los 0 a los 6 años). En esta etapa nuestros hijos una vez cubiertas las necesidades básicas donde también incluyo el amor como una de ellas, necesitan desarrollarse en un entorno seguro para poder conocer, descubrir, identificar y experimentar la vida, el mundo, las cosas y su cuerpo. Esta sensación de seguridad nos remite al hecho de poner límites a los niños, los límites darán a nuestros hijos parte de esta seguridad y los ayudarán a identificar los riesgos que aparecen en la vida. Saber ponerles límites en cuanto a donde y con quién experimentar, descubrir o expresarse les aportará confianza y seguridad y facilitará que por ellos mismos avancen sin prisas con aquello que por edad se les va despertando (motricidad, comunicación, lenguaje, emotividad y la capacidad de poder reconocer y expresar emociones básicas como pueden ser la tristeza, la alegría, la rabia o el miedo).
En estas primeras etapas de la infancia resulta difícil decir No a nuestros pequeños y acompañar la frustración que sienten ante la negativa. Un ejemplo seria: “ no, no puedes sacarte el abrigo porque hace frío, cuando llegamos a casa sí”, cuando nuestro hijo todavía no se expresa bien y llora, nos pega o, incluso, chilla porque él quiere hacerlo y nosotros frustramos su necesidad y ponemos un límite por protección y con amor podemos encontrarnos con su desacuerdo. Hay muchas situaciones en el día a día donde, por cansancio, insistencia, presión social, juicio externo o dificultad propia, marcar la frontera que les protege y les ayudará en su desarrollo y crecimiento se convierte en todo un desafío personal y familiar.
Cómo podéis ver, el amor y los límites son dos palabras que para mí es importante que vayan a la par, el amor es una herramienta que si lo utilizamos puede ser el instrumento y, a la vez, la motivación con la que poner límites a aquellos que queremos incluidos nosotros mismos respetando las propias necesidades y expresándolas en la interacción con los otros cuando el implicado es otra persona, haciéndonos responsables de nuestra actuación y asumiendo en el caso de los padres la responsabilidad de nuestros hijos cuando son pequeños y facilitando el hecho que, a medida vayan creciendo, cojan más conciencia y responsabilidad de ellos mismos y del mundo que les rodea.
Deseo que os haya estado amena la lectura y, sin más pretensiones que la de compartir pensamientos, experiencia y vivencias, os resulte enriquecedora otra mirada a la palabra de hoy: los límites. ¡Hasta pronto!