Me siento a escribir este artículo pensando en Ton, mi hijo, y lo que su llegada y su día a día me han representado como mujer, como pareja, como profesional y, también como amiga. Mi mundo ha cambiado con su llegada: nada es como era antes. Ni yo soy quién era, ni siento como sentía cuando él todavía no estaba. Todo ha cambiado en mí, desde el orden de prioridades de lo que realmente es importante ahora para mí, hasta la mirada hacia los niños, incluyendo la mirada hacia mí misma como hija y hacia mi madre como madre.
Podría decir que nunca antes los conceptos básicos de la gestalt y lo que representa para mí mi trabajo como terapeuta gestalt se me habían hecho tanto evidentes. Mi hijo Ton me transporta continuamente a la respiración consciente, al aquí y ahora. Para él no existe más temporalidad que el presente, no sabe qué es el pasado; cuando cae y se hace daño llora y reclama atención, caricias, un beso, un abrazo, y a los dos minutos ya juega y rie. Le pregunto: Ton, todavía te hace daño el “coco”? y me mira sonriente y me ofrece uno de sus coches pequeños con los que está jugando, no se ha anclado en el golpe, en el dolor que hacía dos minutos lo había hecho llorar. Tampoco conoce el futuro: si quiere algo no se vale que le digas después o mañana, para él todo es ahora, el mañana no existe en su tiempo mental y yo como adulta lo acompaño en la frustración que siente por no poder tener aquello que quiere ahora. Practico continuamente la paciencia y me trabajo la exigencia que me despierta su reacción enérgica ante mi negativa, aprendiendo y respetando que tenemos diferentes ritmos y diferentes necesidades.
Otro hecho que se me hace patente, es lo organísmico que es un bebé cuando llega al mundo, su organismo es un ciclo de la experiencia continuo sin gestalts inconclusas. Cuando tiene hambre reclama y es saciado, cuando tiene sueño o está cansado, algunas veces, llora hasta que se deja caer y se duerme y cuando tiene necesidades fisiológicas en el momento lo hace y se queda satisfecho.
En cuanto a los límites, cada enfermedad de Ton se convierte en un límite para mí y, a la vez, una gran oportunidad para contactar con la ternura, el amor incondicional, la fragilidad, la impotencia y la frustración que siento cuando, de repente, mi agenda desaparece y sólo existe la necesidad imperante de que deje de sufrir, que se reconforte en mi mirada y mis brazos, en mi abrazo cuando su cuerpo se suelta por la fiebre en el mío y lo sostengo como no sabía que podría hacerlo. Contacto con la fragilidad de la vida, con la dependencia sana del bebé hacia la madre en medio de las noches donde llora más que duerme. Contacto con mi dependencia hacia él puesto que en todo mi hacer y ser él está presente y latente.
Cuando estoy clara y no me siento abatida por el cansancio puedo sentir que tengo la oportunidad de escuchar mi cuerpo, mis emociones presentes y me doy cuenta que él me está enseñando la autenticidad del palabras acompañar y confiar, confiar en el proceso que tiene que seguir la enfermedad, en la vida, en la capacidad que tiene su cuerpo de crear sus propias defensas ante lo que está viviendo y en mí entrega como madre haciendo en cada momento lo que creo que es lo mejor para su bienestar. Todos estos puntos son para mí conceptos que practico en mis acompañamientos como terapeuta, desde una actitud gestáltica donde, a menudo, aparte de las técnicas para trabajar temas determinados lo que acontece, lo más saludable para las dos partes es la confianza en los propios recursos que tenemos las personas y la capacidad casi innata de querer salir adelante, la necesidad de vivir en paz con nosotros mismos y con la vida.
En relación con la palabra acompañar, como madre y desde la mirada de la gestalt, procuro no empujar a Ton en sus pequeños retos diarios de crecimiento, dejando que sea él solo quién vaya descubriendo sus capacidades, sus posibilidades actuales sin juicios por el como lo hace ni expectativas a que lo haga de una manera determinada o esperada según lo que teóricamente tendría que ser. No siempre me es fácil puesto que querría, algunas veces, ir más rápido y entonces me doy cuenta que él no tiene ninguna prisa cuando salimos de casa y sí mucha curiosidad, a menudo se queda embobado con algo que ha visto al pasar, en el parque, en la gente, los árboles, el viento, etc... o a través del juego descubriendo una cosa detrás de otra. Y esta manera de hacer la llevo a la terapia donde la curiosidad por la vida de las personas, sus emociones, su voluntad para descubrir y descubrirse, me maravillan y hacen de mi profesión, al igual que de mi maternidad, una pasión.
Me es imposible separar la gestalt de la crianza de mi hijo puesto que para mí él es pura gestalt, es aquí y ahora, es emoción pura, es responsabilidad, me siento responsable de él y de mí cómo nunca antes me había sentido, es presencia y es comunicación viva a través de los sentidos, del juego, del instinto. En la etapa actual de crecimiento de Ton falta conciencia, conciencia de quién es él y de que hace y como lo hace, todavía no es consciente de muchas cosas.
Quiero acabar este escrito citando unas palabras de Virginia Satir que hablan de un gesto que con los míos hace mucho que practicamos. En cuanto al abrazo, “necesitamos cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho para el mantenimiento y doce para evolucionar”.
Estoy feliz de haber compartido con vosotros parte de mi vivencia como madre, desde la gestalt que tanto me ha aportado y me aporta. Hasta pronto!
Imma Reig